11 feb 2011

III

El vestido se le pegaba al culo, la humedad transpirada permitía adivinar la silueta de una tanga. Dos escalones más abajo, platea vip, seguía el contoneo reggaaetonístico de esa masa redondeada, el vaivén de ese pedazo de estética recortado de la Pronto.
Intentó pensar en el culo de Camila, tendría quince, quién andaría mirándoselo, quién moldeándoselo por debajo de la pollera tableada, al palo, a pura esperanza de placer. No podía pensar en Camila, no podía imaginarla, la idea de su corporeidad era un imposible mental, no tenía asiento. Trató entonces de pensar en el culo de Marisa, posesión propia durante poco más de tres meses, y se dio cuenta que tampoco podía pensarlo, no podía siquiera reconstruirlo, tantearlo mentalmente. No podía figurárselo más allá de la expresión de Peter “un monumento al culo”, entonces se imaginaba un culo de mármol, o de yeso, un culo como sería el culo de Sarmiento si Sarmiento hubiera tenido culo.
Entonces pensó también en Sarmiento mientras salía de la boca del subte, pensó en Sarmiento como se puede pensar en la inflación, en la luna, o en el gol del Diego a los ingleses, como un objeto hecho de pura abstracción, una suerte de irrealidad que se manifiesta en cuerpo. Pensó dos o tres boludeces, la pampa, el desierto, lo argentino, el gaucho, y en el chango Cárdenas también. Después no quiso pensar más y sacó la Tita del bolsillo. Pensó entonces en su superioridad (evidente e insoslayable) por sobre la Rodhesia, y de la Rodhesia pasó a las Ópera, descubriendo que le gustaban más las de relleno de frutilla, y en medio de la frutilla y el chocolate sacó un cigarrillo. Nunca un Camel, nunca un Phillips, pensó, toda mierda capitalista, y se prendió el 43/70.

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