23 mar 2012

IV

Una pila, un pilonazo, una montaña de bombachas sucias invadiendo el cuarto, colmándolo. Un ejército infinito de tangas negras con encaje y tiritas finitas trepando por las paredes blancas, emanantes de aromas hémbricos. Un lugar perfecto para sentarse en el medio e ir manoteando al azar prenda tras prenda para fundirla sobre la nariz, para aspirar toda su femineidad en un regocijo que deja siempre parado al borde del orgasmo, raspando con las uñas la tenue capa que separa del líquido, placentero olvido.
Bombachas, sólo bombachas, nada de corpiños, de conjuntos, de babydolls. bombachas, bombachones, tangas, hilos dentales, culottes, caladas, de algodón, de lycra, de seda, gruesas, finitas, ínfimas, rotas, desgarradas, casi nuevas, con un solo uso, curtidas. endurecidas, pero sucias, siempre sucias. Sucias de dos horas, de diez horas, de dos días de puestas, para ir a trabajar, para ir a comer, para estar en casa, para coger, apenas corriéndola, para acabar, para ser acabada, para correr, para una clase de aerobic, para suicidarse.
Bombachas, para oler, para perderse, para acariciar, para soñar, para lamer, para olvidar, para colgarse de la pija, para creer, para probarse frente al espejo, para pensar, para acabarles encima, para imaginar. Bombachas para ser, para sentir que se es.
Bombachas “vas a ver que va a tener puesta una tanga floreada” (no era una tanga!)(era floreada!)(¿cuál es tu definición de tanga?), bombachas “la re putisima madre que te re mil parió” Bombachas “la san la concha de su madre” bombachas “dejenme en paz”.