23 mar 2012

IV

Una pila, un pilonazo, una montaña de bombachas sucias invadiendo el cuarto, colmándolo. Un ejército infinito de tangas negras con encaje y tiritas finitas trepando por las paredes blancas, emanantes de aromas hémbricos. Un lugar perfecto para sentarse en el medio e ir manoteando al azar prenda tras prenda para fundirla sobre la nariz, para aspirar toda su femineidad en un regocijo que deja siempre parado al borde del orgasmo, raspando con las uñas la tenue capa que separa del líquido, placentero olvido.
Bombachas, sólo bombachas, nada de corpiños, de conjuntos, de babydolls. bombachas, bombachones, tangas, hilos dentales, culottes, caladas, de algodón, de lycra, de seda, gruesas, finitas, ínfimas, rotas, desgarradas, casi nuevas, con un solo uso, curtidas. endurecidas, pero sucias, siempre sucias. Sucias de dos horas, de diez horas, de dos días de puestas, para ir a trabajar, para ir a comer, para estar en casa, para coger, apenas corriéndola, para acabar, para ser acabada, para correr, para una clase de aerobic, para suicidarse.
Bombachas, para oler, para perderse, para acariciar, para soñar, para lamer, para olvidar, para colgarse de la pija, para creer, para probarse frente al espejo, para pensar, para acabarles encima, para imaginar. Bombachas para ser, para sentir que se es.
Bombachas “vas a ver que va a tener puesta una tanga floreada” (no era una tanga!)(era floreada!)(¿cuál es tu definición de tanga?), bombachas “la re putisima madre que te re mil parió” Bombachas “la san la concha de su madre” bombachas “dejenme en paz”.

11 feb 2011

III

El vestido se le pegaba al culo, la humedad transpirada permitía adivinar la silueta de una tanga. Dos escalones más abajo, platea vip, seguía el contoneo reggaaetonístico de esa masa redondeada, el vaivén de ese pedazo de estética recortado de la Pronto.
Intentó pensar en el culo de Camila, tendría quince, quién andaría mirándoselo, quién moldeándoselo por debajo de la pollera tableada, al palo, a pura esperanza de placer. No podía pensar en Camila, no podía imaginarla, la idea de su corporeidad era un imposible mental, no tenía asiento. Trató entonces de pensar en el culo de Marisa, posesión propia durante poco más de tres meses, y se dio cuenta que tampoco podía pensarlo, no podía siquiera reconstruirlo, tantearlo mentalmente. No podía figurárselo más allá de la expresión de Peter “un monumento al culo”, entonces se imaginaba un culo de mármol, o de yeso, un culo como sería el culo de Sarmiento si Sarmiento hubiera tenido culo.
Entonces pensó también en Sarmiento mientras salía de la boca del subte, pensó en Sarmiento como se puede pensar en la inflación, en la luna, o en el gol del Diego a los ingleses, como un objeto hecho de pura abstracción, una suerte de irrealidad que se manifiesta en cuerpo. Pensó dos o tres boludeces, la pampa, el desierto, lo argentino, el gaucho, y en el chango Cárdenas también. Después no quiso pensar más y sacó la Tita del bolsillo. Pensó entonces en su superioridad (evidente e insoslayable) por sobre la Rodhesia, y de la Rodhesia pasó a las Ópera, descubriendo que le gustaban más las de relleno de frutilla, y en medio de la frutilla y el chocolate sacó un cigarrillo. Nunca un Camel, nunca un Phillips, pensó, toda mierda capitalista, y se prendió el 43/70.

II

Si el placer es la cancelación del presente, su temporal suspensión, entonces no puede ser más que puro pasado, es decir que la condición de existencia del placer es la posibilidad de rememorar el instante placentero anterior, y a su vez intuir la posibilidad de repetir el momento único en una nueva unicidad. Entonces aquello que llamamos el placer del sexo, pensó mientras fumaba jugando con el vello púbico de su contingente compañera de batalla, no es más que el atisbo de recuerdo que alcanzamos al dejar caer el cuerpo sobre el colchón o el suelo, o al abrochar rápidamente la bragueta ante el apuro que implica el baño de una fiesta o de un bar, al recuperar la conciencia, al adueñarnos nuevamente del presente.
Ahora bien, si el placer no es más que la remembranza de si mismo y la proyección de su posibilidad, entonces es un círculo vicioso. Por ende es siempre postergación. Evidentemente no soy Schopenhauer se dijo, pero en fin.
Pasó al baño a pegarse una ducha cuidándose especialmente de no lavarse el dedo índice de la mano izquierda. Le daría algo con que entretenerse un rato en el trabajo. La llamó desde el baño. Andrea apareció enseguida.- Chupamela. Me quedan quince
minutos.

Acabó y se enjabonó de nuevo las piernas y la panza. Se secó con el toallón viejo que había dejado sobre la pileta, fue hasta la cama, se vistió lentamente revisando los bolsillos de los pantalones (costumbre adquirida hace ya unos años por consejo de un gatero viejo), pagó lo acordado y bajó a la calle.
Ahí van otros ochenta pesos, con este no vuelvo más, ni siquiera se le paró, se creen que uno es pelotudo y hacen como que se hacen la paja, ahora si los querés tocar te sacan la manito “no bebé soy pasiva” la puta que te parió.
Corrientes tres de la tarde. Febrero. Un preludio del infierno. Ya estoy todo transpirado, igual me chupa un huevo. Una semana para las vacaciones. Dos críticas de los estrenos de esta semana. Una con Sandra Bullock y la nueva de Subiela. No se cual de las dos es más pelotuda la verdad, por lo menos la de Subiela te calienta un poquito, vamos a ponerle buena. A la Bullock le doy con un caño, total, ahora no entiendo como mierda hizo para ganarse un Oscar esa mina, en fin. Mezclao con Stravinsky…

I

Durante las siestas no solía soñar muy a menudo pero esta vez soñó, uno de esos sueños confusos con puentes, túneles, personas que de repente se transforman en otras personas o en otras cosas, en fin, todo lo necesario como para armar un buen compendio de literatura pseudosurrealista pedorra de esas del tipo “cuando al fin comprendió que estaba soñando” “cuando de pronto se despertó sobresaltado, sudando a borbotones sobre las blancas sábanas”.
Se levantó a tomar un poco de fernet con soda, todavía lagañoso, todavía recorriendo mentalmente el límite entre el sueño y la vigilia, parado sobre el abismo del descanso nocturno.
Si el gato no hubiera maullado justo antes de que apoyara el pie hubiera tenido un felpudo más. Medio que se lamentó.
Salió como quien sale a comprar cigarrillos o forros a las cuatro de la mañana, medio desesperado, del todo ansioso, comiéndose la propia sombra con los pasos. Los pantalones demasiado caídos, las alpargatas como chancletas, la musculosa transpirada, y las ganas puestas en otro lado, en el mismo que la mirada, en un horizonte de estupidez demasiado cercano.
Pisó la primera baldosa rayada de la vereda y el calor se le vino encima, pegajoso. Cómplice de la humedad le adhirió la musculosa al cuerpo, y le llenó la boca de ciudad brumosa, de tabaco ajeno, de un gusto a inefable derrota.
Cerró fuerte el puño, con bronca, como queriendo pegarle una trompada a la pesadez de la madrugada. Buscó una bocanada de aire bajo la luz de un poste, aún sabiendo que lo único que iba a encontrar era humo. Le dieron ganas de fumar. Hacía tres años y dos meses que no fumaba. Ni uno, ni medio, ni una mísera pitada siquiera. Fue hasta el kiosco de mitad de cuadra y compró un cigarrillo suelto. Caminó tres pasos y volvió a buscar fuego. Se sentó a fumar en el cordón de la esquina. Terminó el cigarrillo y volvió arrastrando las alpargatas, jugando con el ruido de las baldosas a rayas.
Se sentó a comer en el piso de la cocina el plato que ella le había cocinado mientras decía cambiarse. Probó el primer bocado y las nauseas le subieron hasta la garganta. Tenía gusto a su sexo, como si se hubiera masturbado con la olla, o hubiera cocinado dentro de su propia cavidad (suponiendo que le fuera posible tal acrobacia).Jamás le había desagradado ese gusto, al contrario, cada vez que su cabeza iba a parar entre las piernas de ella, se regocijaba con su olor, con el sabor y la textura del sexo en su lengua y sus labios. A ella le encantaba que lo hiciera, pero hacía tiempo que a él le importaba más bien poco. Hacía meses que tan solo se dedicaba a obtener su propio placer, cosa que casi nunca coincidía con el de su interlocutora. Solo algunas veces accedía de mala gana a algunos besos y caricias después de su punto culmine, y muchas menos a ayudar, ya sin coito, a su mujer a lograr el orgasmo.
Logró terminar el plato solo porque no quería que ella se enojara más porque no comiera. Apenas terminó de comer, pasó al baño y vomitó violentamente. Después se sentó en el inodoro con la cabeza entre las manos, vencido, sudando, al borde del llanto. Era como haberse quitado todas las relaciones de encima, no quería tocarla más. Sintió que ese asco volvería a aparecer cada vez que viera su cuerpo desnudo, que vomitaría sobre sus pechos o sobre su espalda.